El más allá: ¿Por qué se le teme si no se sabe cómo es?
"Mi reflexión sobre el más allá no tiene un soporte científico, pero esto no le resta importancia ni validez", afirma el autor.
Por Alfonso Ricaurte Miranda
“La muerte, a pesar de ser algo tan inherente a la vida, es un estado al que muchos tememos y no deseamos que nos llegue, pese a que nadie, ni la ciencia misma, pueden decirnos que hay y cómo estaremos en el Más Allá”.
Soy de los que piensan que el temor a la muerte radica en ese misterio que encierra el qué nos espera o encontraremos en el más allá, ese lugar a donde supuestamente vamos una vez termina nuestra existencia.
Por ello hablar de la muerte y lo que nos espera a donde lleguemos una vez muramos, permite a algunos especular sobre el estado de bienestar o desdicha que nos merecemos al morir, ya que este dependerá o estará condicionado, según estos, a cómo nos comportamos a lo largo de nuestra vida.
Les adelanto que mi reflexión sobre el más allá no tiene un soporte científico, pero esto no le resta importancia ni validez, porque tampoco ninguna otra reflexión la tiene.
Por lo tanto si deciden continuar leyendo, lo pueden hacer con la tranquilidad de que al final, podrán sacar sus propias conclusiones y lo que es mejor, manifestarla con toda la certeza y la seguridad que lo estoy haciendo yo, sencillamente porque nadie podrá rebatirla ya que hasta ahora, ninguna ha podido ser comprobada o desmentida científicamente.
Esto ha permitido que se escriban muchos editoriales y ensayos literarios sobre este tema y entre los que he leído con el que más me he identificado, hasta ahora, es con el pensamiento del colombiano, Guillermo Linero Montes.
Guillermo Linero Montes es un reconocido pintor, escritor y crítico literario, nacido en la ciudad de Santa Marta, quien en una de sus columnas para la Fundación paz y Reconciliación titulada, La Muerte y el Más Allá, escribió:
“Creo que la única opción de la ciencia para que se le atienda y construya una teoría acerca de cómo es la muerte después de la vida, es demostrarlo y a primera mano el medio infalible para lograrlo es que los muertos regresen o, lo que es lo mismo, que los vivos podamos ir al reino de las sombras -como quien va a la luna- y volver para contarlo”.
Una de las razones para que esta afirmación sea mi preferida, es que para mí, Guillermo Linero enfoca la muerte como una continuación de la vida y no como el fin de la existencia, al plantear la posibilidad de que una vez muertos podamos ir a ver como es aquello y podamos regresar a contarlo.
Pero como esto aún nadie lo ha logrado, me refiero a que no hay una evidencia científica que compruebe que alguien lo ha conseguido, nos queda la maravillosa posibilidad de acudir a la imaginación y construir nosotros mismos las condiciones que tendría ese lugar.
De hecho es lo que ocurre, es lo que hacen o hacemos cuando hablamos de la muerte y el más allá. Cada quien se lo imagina o incluso lo construye de acuerdo con su teoría sobre cómo será o debe ser ese lugar. O lo que es mejor lo que deseamos encontrar en ese lugar cuando nos toque ir.
Por ejemplo. Algunos profesionales relacionados con el sector de la salud para tranquilizar a sus pacientes terminales, describen la muerte y el más allá como una puerta abierta que da paso a otra vida y describen esa otra vida como un lugar idílico, donde además nos esperan muchos seres queridos.
Uno de esos profesionales es Elizabeth Kübler-Ross, que en su libro “Carta a un niño con cáncer”, explica la muerte con la metáfora, de que somos como un gusano que llegado el momento, cuando pasamos la puerta, nos convertimos en mariposa, al morir.
La Iglesia Católica así como otras ramificaciones protestantes describen la muerte y el más allá como el momento en que el alma tan pronto se separa del cuerpo después de la muerte, ira al cielo, al infierno o purgatorio, según el comportamiento en vida, como lo dijimos al inicio de esta reflexión.
En mi caso la primera vez en que reflexioné sobre la muerte y el más allá, fue cuando falleció mi madre y en ese momento sentí la seguridad que se iba a un paraíso que se ganó en vida y me consolé entonces con la ilusión de que algún día se me concedería el deseo de que ella pudiese regresar aunque fuera por un momento, para darle el abrazo de despedida que no pude darle en su momento.
Como dije en un principio ante la falta de un concepto científico, ninguna reflexión sobre la muerte y el más allá puede ser desvirtuada, por lo que siendo coherente con el cuento que he escrito y que encontrará después de esta reflexión, valido la creencia popular que asegura que la muerte y el más allá no deben estar nada mal, porque ninguno de los que se han ido, ha regresado a quejarse.
Más allá
El avión comenzó a sacudirse de pronto como un autobús recorriendo una autopista llena de baches. Los pasajeros que estaban dormidos se despertaron alarmados por las sacudidas y se aferraron aterrados a las sillas mientras los que estaban despiertos que veían como el avión se sacudía y los compartimentos de equipaje se abrían de golpe, gritaron desesperados.
El terror fue a más cuando las luces comenzaron a titilar hasta que todo el interior quedó a oscuras y el avión se descolgó de pronto a toda velocidad, igual que como cuando se libera un cuerpo muy pesado.
Lo vertiginoso de la caída impedía a algunos articular el grito de horror que se intuía en los ojos desorbitados y los cuerpos tensos aferrados a los porta brazos de las sillas. Algunos pocos cerraron los ojos y oraban quedamente inmóviles en sus asientos.
Luego de unos segundos, el avión pareció estabilizarse y la penumbra en que había quedado dejó ver una extraña luminiscencia que poco a poco tranquilizaba a los pasajeros, quienes pasaron de la tensión a una sensación de descanso.
Maravillados con la luz y su color azulado se asomaron a las ventanillas del avión para descubrir de dónde provenía ese extraño, pero agrable resplandor.
El cielo estaba tan despejado que hacía parecer que el avión no volaba, sino que navegaba por un mar de aguas tranquilas, escoltado por nubes de ángeles que les señalaban el camino.
Más allá. Sobre el despejado horizonte se visualizaba una autopista con casas y edificaciones blancas construidas a ambos lados, de las que salían personas de todas las razas que sonriendo les daban la bienvenida.
Sobre el techo de las edificaciones, enormes carteles identificaban la actividad que se desarrollaba y lo que se promocionaba en ellas:
Guardería: cupos disponibles; escuela: con matrículas gratis y cupos todo el año; hospitales: con camas libres y atención sin coste alguno; fabrica con anuncios que se necesitan operarios, personal de oficina y ejecutivos; universidad pública: becas y ayudas a estudiantes; cárcel: con sobrecupos por políticos corruptos; Iglesia: se busca sacerdote, abstenerse, los pedófilos; sede de gobierno progresista: con política social.
Sobre el centro de aquella autopista de ideales, un cortejo fúnebre con varias cajas mortuorias avanzaba lentamente.
Todos los pasajeros agudizaron la vista concentrándose cada quien, en el cristal del féretro que pasaba en ese momento por su ventanilla. Todos buscaban distinguir el rostro del difunto y cuando al fin lo consiguieron su sorpresa fue mayúscula:
- ¡Coño!, soy yo.
Gritaron todos al unísono y quienes acompañaban aquel cortejo fúnebre, asintieron con la cabeza al tiempo que abrían los brazos en señal de bienvenida.
Hasta el próximo viernes
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